Presentación libro “Si de amor se trata”

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Todo libro es una conversación y toda buena conversación es un arte, «un arte educado» como afirma el guatemalteco Augusto Monterroso (1921-2003). Pero si nos predisponemos a abrir un libro de poesía, nos sentamos para leer versos, ese diálogo se convierte en una íntima charla entre amigos. Es que sólo los amigos, los auténticos amigos, nos abren sus almas sin recelo, sideamorsetratacomparten la aventura de escuchar y ser escuchados, domestican al silencio con palabras, las mismas que nos conectan con lo terrestre y con lo absoluto. Porque la poesía, para usar la expresión del español Pedro Salinas (1891-1951), «es una aventura hacia lo absoluto». Y he aquí uno de los senderos para largarse a esa gran aventura sin más pasaje que el sentimiento: un libro que poetiza sobre el amor, un catálogo de distintas miradas sobre el amor de la mano de Patricio Maraniello, autor que se autodefine como un “impetuoso del corazón”. Ahora bien, la pregunta se impone: ¿puede un compendio de poesías sobre el amor cambiar en algo nuestro microcosmos diario?

Existe en el mundo de hoy, pero principalmente en un país abaratado y atérmico en lo cultural como Argentina, cierto desprecio de los editores en general por publicar y divulgar poesía, cierta apatía en dar a conocer a las voces representativas de su tierra y de su tiempo. El argumento más común y difundido es que la poesía no se vende. Grave error: las noticias pasan, los buenos o malos gobiernos se olvidan, las catástrofes se globalizan y pasan a ser anécdotas ilustrativas en Internet, las vedettes de turno o los jugadores de fútbol envejecen y dejan de facturar, pero los versos quedan. A las pruebas me remito: por lo menos en la ciudad de Buenos Aires, no existe tardecita o noche en donde no se planee un recital de poesía, una mesa de lectura o de debate a cargo de poetas, una presentación de revista o sitio Web de poesía a estrenar. Pero se la condena a la marginalidad quizás, como diría Wallace Stevens (1879-1955), porque “el poeta fabrica vestidos de seda con gusanos”. En resumen: lo peligroso se disfraza de poco rentable pues ¿quién es capaz de semejante sortilegio?

Escribir o leer poesía es ensayar una pequeña magia. Intentar definirla es tropezar con las mismas dificultades que se nos plantean como cuando tenemos que definir un color, un sonido, el significado de la ira o el amor, el olor a café, el sabor de un dátil, la mano que instintivamente ahuecamos ante una vela encendida para que el viento no la apague. Diríamos que sólo podemos arriesgarnos a definir algo cuando sabemos poco o nada de ello. Aunque ¿quién no sabe reconocerla, vislumbrarla ante el menor roce de una metáfora? Así como Platón sostenía que filosofar era prepararse para morir, quien lee o escribe poesía se prepara casi obsesivamente a vivir, pues la palabra no es lo contrario del silencio: es su consumación. Y toda la vida está jalonada por palabras. Patricio Maraniello lo sabe y se ha valido de ese vibrante manantial que es el lenguaje para reflexionar sobre el amor, para indagar sobre el amor, para amar sobre el amor en forma de versos. Unos versos sencillos y directos, que encuentran su ritmo, su tono intimista y su coloratura a medida que avanzamos entre las páginas de su libro. Y así nos dice: “El amor es como un incendio en un bosque/ se enciende sin querer y crece sin pensarlo”. O “Quiero solo disfrutar del amor,/ disfrutarlo solo quiero/ hasta que más no pueda/ del amor por nosotros creado”. O también: “Si en mi corazón hay amor/ y en mi alma bondad,/ ¡seré poeta!”.

Todos sabemos que la poesía es el pasaporte más genuino a la propia identidad. De hecho, no hay mejor manera para conocer a un verdadero poeta que a través de su producción poética, de sus ojos de sonámbulo que miran a lo largo y a lo ancho del tiempo. De esa mirada surgen los mundos sin espejos, el aleteo imperceptible de las rocas, la fascinación de la hoguera en medio del océano, el cuchillo en el viento, las máscaras de tantos besos ante la agonía de la espera, el sueño serpeante de nuestras bestias, el hilo de claridades y el clavo en el ala de ese ángel que estaba destinado a atendernos. De esa mirada nace el vínculo con la imaginación y con el sentimiento, fundamentalmente con el sentimiento, ya que si hay algo colectivo y propio en el hombre es su capacidad amatoria: se podrá ser más o menos imaginativo, se podrá ser más o menos permeable a los cambios o señales, se podrá aspirar a ser más o menos inteligente… pero la verdadera propiedad aglutinante y social reside en el amor y en esas palabras que el poeta, por fidelidad a sí mismo, manipula como un prestidigitador en el borde de su destino. Y es, también, en el borde de ese destino en donde se sitúa Patricio Maraniello para hablarnos de la magia que encierra su poesía. Quien lo acompañe en el recorrido de su libro “”Si de amor se trata”, podrá dar fe de esa naturaleza dual que este género encierra.

Ya el célebre escocés Robert L. Stevenson (1850-1894), nos ha advertido de esta “naturaleza dual” que menciono, pues el material básico de la poesía son las palabras (como los sonidos son el elemento esencial del músico) y ellas son el auténtico dialecto de la vida. Stevenson se refiere a las palabras como si fuesen simples piezas destinadas a resolver necesidades prácticas y se admira ante el oficio del poeta que, con esos rígidos símbolos destinados a propósitos cotidianos o abstractos, sea capaz de articular una estructura, a la que él llama “el tejido”. En el caso de Patricio, ese tejido se forma desde su experiencia, con el andar por sus lecturas y gracias a la gran huella de su instinto puro. En un estilo despojado de todo barroquismo, logra alcanzar la fibra de la trama y hacer con ella ese edredón que nos proteja de la intemperie, contra las soledades y las distancias. Pues el auténtico poeta, y por lo tanto también Patricio, convierte algo útil o doméstico en algo tal vez inútil para los ojos de la mayoría… pero mágico para los oídos atentos de una minoría. Aunque en este libro, él se proponga llegar a todos y a cada uno de sus lectores, sin distinción alguna. Y es en este punto que volvemos a la pregunta ya formulada al comienzo: ¿puede un compendio de poesías sobre el amor cambiar en algo nuestro microcosmos diario?

Ignoramos aún la respuesta. O, en todo caso, busquemos la respuesta entre los versos que hormiguean por este puñado de hojas escritas a lo largo de años y “dictadas” (para usar sus propias palabras) directamente por el corazón. Corazón que lo impulsa a reflexionar: “En cada etapa de la vida, el amor es diferente. No es ni mejor ni peor sino distinto, se encuentra ligado a los propios cambios de las necesidades y gustos de las personas, ya que podemos sentir amor a cualquier edad”. Es que el amor, no realiza al yo mismo: abre una posibilidad al yo para que cambie y se convierta. En el amor no se cumple el yo sino la persona; el deseo de ser otro. El deseo del ser. Patricio nos lo dice con una sencillez que apabulla: “Nací con tu amor/ y con eso tuve todo./ Este amor no se mata/ ni muere./ Porque donde me iré/ en mi corazón te llevaré”. O cuando nos confiesa: “Deseo la vida/ porque te tengo./ Deseo los besos/ porque te siento./ Deseo la pasión/ porque te estremezco./ Y casi sin pedirlo,/ tu corazón ya está con el mío”.

Es que el amor, digámoslo de una vez, no es un acto natural. Es algo humano y, por definición, lo más humano, es decir, una creación, algo que nosotros hemos hecho y que no se da en la naturaleza por generación espontánea. Algo que hemos hecho, que hacemos todos los días y que todos los días deshacemos. Y hay algo más: el amor es elección. Como diría el Premio Nobel Octavio Paz (1914-1998), “libre elección, acaso, de nuestra fatalidad, súbito descubrimiento de la parte más secreta y fatal de nuestro ser”. Porque el amor es un estado de reunión y participación: a través del cuerpo amado, del alma amada, entrevemos una vida más plena, más vida que la vida, ese instante que contiene todos los instantes y nos empuja a ser mejores, a ser “repartidores” desinteresados de nuestra nobleza, serenidad y afecto. Como la verdadera poesía que, colmada de sí, pipona de palabras y de silencios, nos va llevando a cierto estado incandescente. Es ese estado que Patricio describe de una forma casi coloquial: “A vos y a mí/ ya nos pasó/ que con el amor/ nos quedamos los dos”. O nos advierte: “Libérate… /Trata de que resulte/ todo bien,/ que lo descontrolado/ de tu alma te pida amor”.

Se dice que un poema es una interrogación con multitud de respuestas, un punto de inserción, de intersección, un centro móvil y vibrante en donde se anulan y renacen sin tregua todas las contradicciones, los miedos, las dudas, los anhelos, las pocas certezas. La respuesta depende de cada poeta. Y he aquí la esencia de este libro que Patricio dio en titular “Si de amor se trata”: no es sólo un libro netamente romántico o amoroso; es una ventana abierta de par en par en el muro de la indiferencia a la que nos tiene acostumbrados el mundo de hoy, un mundo hastiado de vacíos, de abismos en dosis de venta libre y de relaciones virtuales, no reales. Y en medio de este páramo cibernético, multimediático, casi anónimo… la poesía. He dicho, unos párrafos más arriba y hace apenas unos minutos, que la poesía no se vende casi como un insulto o como un defecto congénito, cuando en verdad la frase es un elogio: la poesía no se vende. Es más: no se vende, ni se alquila, ni se prostituye. En un mundo en donde se remata desde lo ínfimo a lo íntimo, se acribilla al futuro con discursos en los que nadie cree, se promueve la banalización hasta de las religiones, que no se venda resulta una virtud. Porque el amor, el genuino amor, tampoco se vende.

Uno de nuestros más grandes poetas, Jorge Luis Borges (1899-1986) detestaba las definiciones. Pero cuando se le consultaba acerca de la Poesía solía reducirla a una escueta y cándida imagen: «es esa cosa alada, etérea, tan parecida a la música». ¿Alguien se imagina, entonces, un mundo sin música? Todo el Universo, hasta la más mínima partícula del Cosmos, produce un sonido al desplazarse por el espacio. La música forma parte de la Creación, de su génesis. Por lo tanto, todo buen poeta o aspirante a serlo debería, al menos, afinar. No se trata de una cuestión de métrica o de rima. Se trata de la melodía interior, de los acordes de nuestro espíritu, de ese pentagrama sobre el que dibujaremos una a una las palabras perentorias, ligadas a los sentimientos, a la historia personal que nos convierte en poetas únicos. No importa cuál es o será el tema de nuestros humildes versos. En el caso de Patricio Maraniello, el tema es el amor en todas sus facetas. Desde quien sentencia: “Por siempre amor, por siempre/ habrá una noche que perdure/ el nombre más amado,/ la caricia más próxima,/ el instante en que la realidad/ sea un abrazo”… hasta quien aconseja a un amigo: “Dale amor a quien lo necesita/ es el único que lo valorará”, pasando por el amor de padre “tus dedos blandos/ con fuerza selló,/ en algún instante/ todo nuestro amor./ De padre a hijo/ tan solo te dejo/ desafíos muchos/ que en la vida tendrás”.

Por último, como el tábano que insiste una y otra vez sobre la picadura, vayamos por tercera vez a la pregunta ya formulada: ¿puede un compendio de poesías sobre el amor cambiar en algo nuestro microcosmos diario? Bueno, voy a serles franco, no sé si puede lograr ese cambio que todos los aquí presentes desearíamos. Por un lado, por Patricio que se tomó el trabajo no sólo de escribir el libro sino de editarlo. Y por otro lado, porque quiero creer que todos somos fans del mismo club: el del Amor con mayúsculas. Aunque voy a anticiparles un secreto: el verdadero tema de nuestro tiempo no es si se desplomará el Euro y con él la economía del mundo, si el idioma chino será el idioma del futuro o si Obama vendrá o no a la Argentina para comprar las últimas ofertas de nuestra Patagonia. El verdadero tema de nuestro tiempo es el de la reconquista de la inocencia por el amor. Pues poesía y amor son actos semejantes. La experiencia poética y la amorosa nos abren las puertas de un instante eléctrico. Allí el tiempo no es una sucesión: sólo hay un siempre que es también un aquí y un ahora, es esta vegetación que nos cubre con sus mil manos de hierba y que Patricio Maraniello está dispuesto a regar con las palabras de su corazón jardinero. Por empezar, abramos el libro y sentémonos a disfrutar de la lenta germinación de sus semillas. Miren qué cosa más simple y sorprendente: las palabras, sus palabras, van a florecer en cada uno de nosotros y nos dejarán cierto perfume en el alma, aún cuando cerremos sus páginas y salgamos a la vida a defender el amor entre humanos. El amor entre hermanos, si es que de amor se trata.
Buenas noches. Gracias por haber compartido este momento.
César Melis

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